Por Jotamario Arbeláez
1.Desde hace 44 años vengo refiriendo este embrujo, a veces de una manera críptica, otras
descaradamente naturalista, incluso he avanzado 1200 páginas de una pentalogía
novelesco-esotérica con ribetes pornográficos pero sin caer en el erotismo y
unos ápices de humor loco, pero los editores creen que lo que estoy es drenando
silocibina o mamando gallo. Lo peor es que todo es cierto, solo que a veces me
concedo algún lance de fantasía para decorar una frase. Con la oferta de SoHo
de dar un paseo a mis anchas por el santo cielo —con un buen seguro de vida
eterna a nombre de mi eterna señora—, creo que llego al más encumbrado escalón
de mi tema, que con el punto final de esta crónica espero dejar zanjado.
Cada vez que SoHo nos
propone un tema que conlleve algún riesgo, como en este caso a un señor de 70
que nunca ha practicado un deporte y ni siquiera se ha tocado los dedos de los
pies con los de la mano sin doblar las rodillas, y a lo sumo ha practicado el
salto del ángel1 dos o tres veces sobre muñecas de goma, dar el salto al vacío
celeste es un peligro superior a enfrentar la experiencia posterior en 15
cuartillas, con frases insertas dentro de otras frases, al estilo de una
cebolla cabezona compuesta por capas innumerables, vaya como ejemplo este
amplio período que nada tendría que envidiarle a Proust, o cuando contrató al
poeta Eduardo Escobar para que se lanzara en paracaídas de un helicóptero, cosa
que al final no hizo del miedo y la tembladera, dejando al fotógrafo colgado de
la brocha en el aire, pero se fajó en la crónica una aún más temeraria apología
de la cobardía, o cuando a mí me mandaron al dermatólogo a que me llenara la
calva de la frente de pelos del occipucio y quedé como un puercoespín bien
peinado, digo, cuando SoHo nos hace eso aprovechándose de nuestra
penuria poética, Eduardo Escobar y yo pensamos en la frase final de un cuento
de Jaime Jaramillo Escobar, donde una puta respetuosa después de narrar los
altibajos de su faena exclama: “Las cosas que hay que hacer para ganarse el
almuerzo”.
2.
Soy un hombre al que se le
cumplen los sueños, es más, en quien sueñan los sueños para cumplirse. Sueño
que no se cumple se pierde, inexorablemente, como los polvos de Gabo. Y no hay
nada más vano que el sueño inútil, el que aún recordándose ni siquiera se
cuenta ni se interpreta. Cada sueño trae su mensaje y su afán, y yo me apresuro
a descifrarlo y darle curso en mi agenda. No es un don innato sino adquirido,
en condescendencia con la inspirada inmodestia de la que supe investirme para
espantar al demonio. Hay que ver las argucias ingeniadas por el ‘maldito’ para
hacerse a mi pobre alma, tan proclive a caer en sus tentaciones carnales, casi
todas con buena pierna, trasero prieto y abundante vello pudendo. Pero una vez
las hube agotado practicando el salto del ángel, y hastiado del regustillo de
salmuera y el olor azufrado de la entrepierna, los saqué de taquito, tanto al
patas como a esa corte de súcubos que pretendía finalmente sorberme el seso con
una paja. Que conste que fue la única oportunidad en que puse conejo. Han
pasado ya tantos ciclos que es una fantasía que aún me acuerde. Pero con
semejantes culebras, no dejo de pensar en que el que la debe la teme.
3.
Un día de 1979 tocó a la puerta
de la casa que habitaba no lejos de la montaña, en cuya huerta mi alma sin
ataduras iba tomando el cariz de una trepadora, una señora de cierta edad y
pobre de dientes que tenía el don de la adivinación y la potestad de otorgar
privilegios, de la mano de mi hermano ‘el hermano Jesús’, que la acudía en su
misión misericordiosa.
Me dijo lo que ya me habían
comunicado 12 años atrás espíritus selectos a través de la ouija, en invocación
de unos caballeros obsesos por la parusía, creencia y ciencia de la segunda
venida, que me habían reclutado en el Bar Zhivago. Que los maestros se habían
detenido en mi estrella, y que estaban dispuestos a aportarme todas las pruebas
para que en ellos creyera —y en el Señor de remate, cosa que esperaban que más
tarde que temprano proclamaría a los cuatro vientos— y todos los medios
materiales y ultra sensoriales para que dedicara mis luces al cumplimiento de la
misión que a partir de entonces debía asumir, como era la de proclamar la
divinidad de Cristo Jesús, estar atento a la segunda venida y contrarrestar la
presencia beligerante del Anticristo ya renacido, personaje que había sido
nadie menos que yo mismo en esa encarnación anterior cuando fui Nerón. Y yo por
las calles tirándomelas todavía de incendiario y ateo recalcitrante.
¡Qué estupor y qué privilegio!
Ser tentado por las fuerzas del mal e incitado por las potencias del bien en el
mismo cuerpo físico y en el mismo tiempo mortal, era el signo de que algún
elemento extranatural traía incorporado mi espíritu. Pero ¿con qué cara iba a
presentarme mañana ante el sanedrín de blasfemos e iconoclastas que constituía
el movimiento nadaísta del que hacía parte? Habíamos sido enviados por quién
sabe quién para proclamar en quién sabe dónde quién sabe cuándo el quién sabe
qué que quedábamos balbuciendo. Profetas del desastre tal como eran nuestros
presagios. Había que borrarlo todo para empezar a partir de la nada pelada. Se
espantaban las mentes puras dañadas por el terror. Pero el demonio que habita
en cada colombiano batía palmas al escucharnos. Ya el espíritu de los santos me
iluminaría sobre cómo enfrentarme a esta pandilla de apóstatas.
4.
Siento que nací para las alturas.
Que tengo más de la esencia del ave que de la especie humana, así no ande
regando plumas. Hacía nido en los árboles y allí me instalaba a leer a Ítalo
Calvino. A mi regreso de Europa en 1983, un providencial ataque de gota impidió
que abordase el avión Olafo que se estrelló sobre Mejorada del Campo, por
iniciar un viraje a la derecha antes de tiempo. Desde que tomé mi primera
cápsula de LSD “Morning Glory” no desciendo sino a echar un polvo y leer el
periódico, que, como dice Camus, son las ocupaciones que definen al hombre
moderno.
La principal experiencia a que
fui sometido —o que me fue concedida para que verificara la autenticidad de los
privilegios otorgados— se presentó dos días antes del 20 de julio de 1969,
cuando el ascenso a la Luna y descenso en ella de los selenautas gringos
Armstrong y Aldrin, mientras que Collins permanecía en la nave, cuidándola. Yo
vivía ya en el Hotel San Francisco por cortesía del negro Manuel Corrales, su
hipotético dueño, adonde los maestros me habían remitido para salir de la
calle, con alimentación y vales de licor gratis para atender a los periodistas
y promover los baños turcos, famosos entre la clase política. El director del Noticiero
Todelar, ‘el Loco’ Alberto Giraldo, me había llamado para que le elaborara
un reporte diario, El Informe Inconforme, y don Guillermo Cano, para
ofrecerme que escribiera en las páginas del Magazine de El Espectador la
columna ‘El Huevo Filosofal’. El 18 de julio llevaron ante el micrófono a una
maga, a quien después mis amigos nadaístas bautizaron ‘Lunita’, dádiva también
acordada por los maestros perfectos, como fueron las que siguieron. Viví con
ella varios años, hasta que fue secuestrada por un platillo volante,
confirmando su perfección (la de los maestros). Aquel 19, uno de mis compañeros
en la iniciación, el médium Claudio Verne, me sometió, en la ‘suite nadaísta’,
a una sesión de hipnosis y en cuerpo astral me hizo ascender —desde una
hipotética playa de Providencia y apoltronado en una nube caribe— y descender
calmosamente en el mar de la tranquilidad, en la Luna. Desde allí vi con
antelación el selenizaje de la nave Apolo. Vi cuando bajó Armstrong y fui
narrando sus primeros pasos brincados en busca de clavar la bandera gringa,
“salto como un canguro pero mis pies no dejan huella”, mientras en la grabadora
del noticiero quedaba consignada mi crónica. El 20 bajamos al bar de los baños
turcos, donde se reunía la pesada del Congreso con el polémico Nacho Vives a la
cabeza, nos sintonizamos en la televisión con el descenso selénico, le bajamos
el volumen al receptor y elevamos el de la grabadora y coincidieron paso por
paso. Me echaron del noticiero por utilizar la brujería en el periodismo, lo
que equivalía a jugarles sucio a los demás reporteros. En la columna de El
Espectador del domingo siguiente (y si no lo creéis consultad en la
hemeroteca), apareció toda la crónica con ilustración de Pepón.
5.
Cuando me encontré con el profeta
Gonzalo Arango y su corte menesterosa en la Cafetería del Continental, me
extrañó no ver en su rostro ese rictus condenatorio que ostentaba ante escribas
y fariseos, sino que irradiaba un aire beatífico. Al lado de su café, tenía un
escrito plagado de cruces de corrección, titulado Sermón contra Jesús,
para publicar en alguna revista o leer en alguna misa, porque aún a los
reverendos pastores adscritos a la Teología de la Liberación los encantaba con
su irreverencia. Le conté de mi historia de iniciación con los concurrentes de
la parusía, que me habían reclutado para una misión redentora. El deicida
confeso me mostró un párrafo de su escrito, que publicaría en el número tres de
la revista Nadaísmo:
¡Aleluya, la
Tierra resucita. Nada está vacío de Dios, todo está poblado de Vida Eterna. Su
eterno rumor es un canto de cuna que despierta los cielos y enciende los astros
apagados.
Tomé valor para confesarle que
estaba en trance de asumir la divinidad de Cristo y ponerme al servicio de su
segunda venida, abdicando del nadaísmo si era preciso, y él —estoy seguro de
que no hacía una broma— me contestó esta barbaridad: “¿Y con quién crees que
estás hablando?”.
6.
La hermana María —en la dulce
compañía del hermano Jesús— dice expresarse bajo el paradigma del colegio de
los santos apóstoles apostáticos. Me aclama que soy uno de los pocos mortales
que pueden cantar hosannas. Me hunde la yema del pulgar en el tercer ojo y me
pide de parte de la Mano Poderosa que exprese cinco deseos, que todos ellos
tendrán cumplimiento expreso. “Mientras no se trate de deseos eróticos —me
advierte—, pues no se puede ser confianzudo con el horno de los milagros”. Yo
instantáneamente había comenzado a elucubrar con Rebeca López, con María
Eugenia Dávila, con Trixie Barressi, con Dora Franco y con Esther Farfán, a
quienes a decir verdad tenía de un cachito, como después llegué a comprobarlo.
No se desperdicia una concesión del hado con la petición de una revolcada. “Que
sean deseos puros”, me repite la enviada, y como nada más me interesa me decido
por cinco premios de poesía, ya que críticos impostores han comenzado a
proclamar, empezando por el vestuario, que nada me rima. “Te serán concedidos,
por la voluntad del que todo lo puede y que canta en la rama del árbol más alto
y frondoso de la creación —concreta—, con tal de que en Él creas y lo cantes”.
7.
Esa noche vuelo desnudo por los
aires del sueño como un señor de los cielos, con una cabellera medusea,
ondeante. En una burbuja de agua que flota en el viento vislumbro una pequeña
sirena que me hace visajes señalándome las puertas de lo que ha de ser el
inmóvil Empíreo. La concavidad celeste es de un azul pastel que permite el
desplazamiento en cámara lenta. Es un verdadero salto del ángel, pues abajo se
divisa la tierra en forma de mujer desnuda acostada, las gradas del ascenso que
culminan en el pezón izquierdo, mientras que por la juntura de los muslos
avanzan en sentido inverso al delta dos personajes que se me antojan Dante y
Virgilio, hay una especie de casa de brujos que ha de ser la de las agujas,
sorteada por unos pinos, muy al fondo una montaña piramidal, más acá un lago o
una represa con los bordes espumeantes y en vertical flotando un inmenso huevo
filosofal. Cuando unos meses después gané el Premio de la Oveja Negra,
editorial por entonces de Gabo, con Mi reino por este mundo, le conté el
sueño al pintor italiano Ércole Laorni, quien lo plasmó al pastel para la
carátula.
8.
A mediodía llegan a recogerme a
mi palacete —adquirido con los premios de poesía, cuatro hasta ahora de los
cinco demandados al dispensador solícito—, la productora de SoHo, Laura
Samper, el fotógrafo Alberto Newton y el instructor piloto Darío Arévalo
(parapentes.com) quien me familiariza con el aerodeslizador y su historia, me
cuenta que lleva 16 años a bordo y que nunca ha tenido un percance que
lamentar. Aunque el peligro eventual existe. Aprovecho para mostrarles la
carátula de Mi reino por este mundo, aduciéndoles que fue el producto
del sueño más soñado de mi existencia, el que voy a plasmar ahora.
Llegamos a lo alto de La Calera,
desde donde se domina la represa de San Rafael. En la falda del cerro hay dos
torres, distantes un par de kilómetros, entre las que se tensan varias cuerdas
electrizadas. De allí para arriba todo es el paisaje celeste ya recorrido por
Dante. Con el anemómetro el instructor hace rigurosas medidas de la velocidad,
la fuerza y la dirección del viento. Está demasiado fuerte y hace un frío que
raja los huesos. Pensaba volar desnudo como el personaje de mi portada, pero
por respeto al esqueleto opto por una túnica hindú. Me colocan el casco de
seguridad, una chaqueta marcial, me endosan al volador mediante correas, ponen
a inflar el ala y a volar joven.
Ya engolosinado con el azul
represado de la laguna terrícola me decido a levantar los ojos al firmamento,
tan firme como mi asiento halado por el viento sobre el ala flexible de
infladas celdas a la que me comunican unos hilos suspentes. La Tierra se queda
girando sobre su órbita como mis ojos en sus cuencas escrutando el espacio
sideral que me acoge. En este momento soy, por encima de todo y de todos, el
poeta más alto sobre la redondez del planeta. A lo que pretendía llegar y
después que sea lo que Dios quiera. Pasa en contravía una pareja de águilas que
se me queda mirando como el intruso que soy. Una nube se me mete en un ojo y me
sale por el otro ojo. Aspiro el aire enrarecido, pero más enrarecido voy yo.
Ahora puedo exclamar como Gagarin que “la Tierra es azul”, o más precisamente
como Paul Éluard, que “la tierra es azul como una naranja”. “Cómo le va
pareciendo —me grita desde atrás el piloto—, ¿se parece a su sueño?”. Al
principio le contesto condescendiente que yes, pero a la tercera vez que me lo
pregunta, a punto ya de entrar en el éxtasis sacrosanto, le contesto con la
otra palabra que sé del idioma inglés ssshit. “Todo esto es tuyo”, le
dijo alguien en trance similar a un amigo, “si postrándote me adoraras”. Pero
él, indignado, lo rechazó porque supo que era el cachón cachondo. En este caso
sé que voy en pos de la promesa de mis maestros, más puro que un tabaco y
desbordante de leticias el corazón, a encontrarme cara a cara con el Señor que
con una sola mano trazó los cielos y la tierra y nos puso en ellos, el que me
ha dado tanto para con tan poca nada que me queda pagarle, pero por fortuna Él
no cobra. Al menos decido cumplir mi compromiso de hace ya cuatro largas
décadas, pues he recibido por anticipado las gracias, y mal haría en ponerle
conejo también a Él:
Un día dudé de
Ti mientras mi alma aclaraba. Alma que venía envenenada desde la fuente, pues
anidó en mi cuerpo que hacia Ti llevo en este columpio, la del mortal
persecutor de tus seguidores, el malhadado emperador Nerón, según revelaciones
de tus ministros, destinado como Anticristo para tu segunda venida, que
entiendo que ya pasó, según alcancé a percibir nada menos que con quien posaba
como Anticristo para la hipócrita sociedad colombiana, quien hace 35 años murió
en un olor de santidad que no pudimos soportar sus geniales, locos y peligrosos
monjes discípulos. Si así fue o si no también, te declaro mi adoración y
veneración por los siglos de los siglos en la vida perpetua que prometiste,
santo de los santos, santo grande, santo fuerte, santo inmortal.
Desde mi sillón de nubes veo cómo
el cielo me descorre el cerrojo mientras multitud de ángeles con sus trompas y
cánticos me celebran. “Contempla ahora la faz que más a Cristo / se asemeja,
pues sólo su luz pura / puede predisponerte a ver a Cristo”2 . Estiro los
brazos bienaventurados en el anhelado atisbo de gracia y gloria, cuando una
súbita parálisis del viento —a todas luces orquestada por el demonio que no
perdona una deuda— hace que, mientras paladeo el último éxtasis, el parapente
entre en barrena y yo en agonía, se precipite entre las dos torres contra un
pentagrama de cuerdas de luz que traspasamos sin enredarnos ni electrocutarnos
y, luego de pasar raspando y quebrándoles ramas a los pinos del risco por virar
a la derecha antes de tiempo, se dirija al profundo azul de la represa de San
Rafael, el arcángel protector de los viajantes intrépidos. En sus manos
encomiendo mi espíritu, porque no creo que el cuerpo vaya a resistir un porrazo
tan hijueputa.
Aún no sé si escribo esta crónica
desde esta vida o desde la otra. En el caso fatal, el seguro de vida ha de ser
para la última de mis siete Claudias, pero si sobrevivo, señores de SoHo,
la tarifa va a ser el triple.
1. Juego erótico que consiste en
que el hombre desnudo se lance desde un armario o cualquier otro mueble elevado
sobre la mujer tendida con las piernas abiertas; la modalidad exige valentía y
suerte para no aplastarse los testículos en el intento. Antonio Tello. Gran
diccionario erótico. TH. 1992.
2. Dante Alighieri. La Divina
Comedia. Tomo III, Trad. Ángel Crespo. Seix Barral. 2004.
No hay comentarios:
Publicar un comentario