1. Evite
las repeticiones, las muletillas, los clichés y los comodines (nombre, verbo o
adjetivo, de sentido bastante genérico, que utilizamos cuando no se nos ocurre otra palabra más
específica.). Provocan monotonía, ensucian la prosa y la vacían de significado.
2. Prefiera
las palabras concretas a palabras abstractas. Las palabras concretas se
refieren a objetos o sujetos tangibles; el lector las puede descifrar
fácilmente porque se hace una clara imagen de ellas asociándolas a la realidad.
En cambio, las palabras abstractas designan conceptos o cualidades más difusos
y suelen abarcar un número mayor de acepciones. El lector necesita más tiempo y
esfuerzo para captar su sentido: no hay referentes reales y hay que escoger una
acepción apropiada entre las diversas posibles.
3.
Prefiera
las palabras cortas a las largas. A veces la lengua nos permite escoger entre
una palabra usual o una equivalencia culta, más extraña. La palabra corriente
es a menudo más corta y ágil y facilita la lectura del texto.
4.
Sustituye los verbos ser o estar por palabras con más fuerza y significado.
5.
¡Atención a los adverbios en -mente! ¡Que no invadan tu prosa! Si se abusa de
los adverbios en -mente, se recarga la prosa y se hace pesada, porque son
palabras largas.
6.
Utiliza marcadores textuales para mostrar la organización de tus ideas.
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