La
escritura constituye una de las manifestaciones más importante de la expresión
humana. Se encuentra en instrucciones para saber-hacer; en cartas de
invitación, de enamorados o del banco; en los periódicos que diariamente están
en circulación; en el internet, donde abunda todo tipo de información; en los
carteles y afiches; e, incluso, hay escritura en las imágenes que acompañan a
los textos de los carteles. A ella se le otorga la capacidad de decir:
constituye una actividad comunicativa que permite dar y pedir información,
expresar nuestros conocimientos, nuestra visión de mundo, nuestros
sentimientos, emociones y pasiones. No obstante, la acción de escribir va mucho
más allá de la esfera del decir pues se interna en el hacer: el escritor
comienza lentamente a pensar un camino con palabras y en el momento en que lo
piensa lo hace. Ella abre caminos pero también es uno hacia el conocimiento y
la transformación del sujeto, pues a medida que se escribe se construye
conocimiento, crece la comprensión y se amplían los horizontes.
Para Daniel Cassany (1999), la escritura es una
destreza lingüística compleja, porque exige el uso del resto de destrezas
durante el proceso de composición: “Componer un escrito no solo requiere el uso
de la habilidad de redactar, sino también la lectura y la comprensión y
expresión oral” (p. 39). Toda escritura tiene una finalidad según el
contexto comunicativo. Incluso dentro de un mismo contexto esta puede responder
a una finalidad distinta. Teniendo en cuenta lo anterior, Daniel Cassany (1999)
considera que se puede hablar de tres tipos de escritura en la escuela: ‘la
escritura transaccional’, referida a la recopilación de información en clases
magistrales, en las que el docente solo busca comunicar un contenido; ‘la
escritura poética’, cuya finalidad es artística y lúdica; y, por último, ‘la
escritura expresiva’. El taller está enfocado en la realización del último tipo
de escritura, pues con ella se puede llegar a la composición de la crónica y,
por ende, a un desarrollo cognitivo del estudiante.
Más arriba se había dicho que la escritura es una
actividad intelectual compleja, pues comprende diferentes procesos de
pensamiento que el escritor pone en juego. Para Flower y Hayes (1981), el
modelo cognitivo del proceso de composición consta de tres grandes unidades: la
situación de comunicación, el proceso de escritura y la memoria a largo plazo
del escritor. La primera gran unidad concierne a los elementos externos al
escritor, es decir, a la audiencia, los roles del emisor y del receptor,
el tema de que se habla, el canal, el código, el propósito, etc. Antes de
escribir, el escritor tiene que sopesar estos elementos, pues su análisis
“es el primer paso para la elaboración de la solución al problema: el texto”
(Cassany, 1997, p. 149).
La segunda gran unidad, el proceso de escritura o de
composición, está formada por tres procesos: ‘Planificar’, ‘Redactar’ y
‘Examinar’. Con el primero se lleva a cabo la búsqueda de información en la
memoria a largo plazo, la estructuración, adecuación y modificación de esa
información según las necesidades comunicativas y las características del
texto, la creación de las ideas, la adecuación de las características de la
audiencia y la elaboración de las características textuales del escrito y de
los planes. Además, este proceso tiene que ver con la generación, el
desarrollo, la organización y la revisión de los objetivos que dirigen el
proceso de composición. En cuanto al segundo proceso, equivale a la producción
textual de las ideas planificadas. Aquí se comprenden mejor las ideas, nacen
unas nuevas y “se logra articular mejor el propio pensamiento” (Serafini, 1993,
p. 61). En el tercer proceso se da la valoración de lo hecho: las ideas
organizadas, las frases y los párrafos redactados, los planes y objetivos
elaborados. A partir de esta, se generan nuevamente nuevas ideas, se
modifican los planes y la organización del texto.
Para estos teóricos, existe un elemento que prima sobre
estos tres procesos: ‘el Monitor’, cuya función radica en el control y la
regulación de las actuaciones de los procesos y los subprocesos durante
la composición. En otras palabras, él determina el tiempo para la generación de
ideas y el paso al proceso de redacción o de revisión. Sin embargo, su
funcionamiento depende de los objetivos planteados por el autor y del estilo
individual de composición de este. Lo anterior se evidencia en la variedad de
estilos de composición existentes entre escritores.
La última gran unidad corresponde al “espacio donde [el
autor] ha guardado los conocimientos que tiene sobre el tema del texto, sobre
la audiencia y […] sobre las distintas estructuras textuales que puede
utilizar” (Cassany, 1997, p. 154). Según estos teóricos ella se encuentra en el
cerebro del autor y en los soportes externos como los escritos, películas,
grabaciones de audio, etc. Para Flower y Hayes, este proceso no es
lineal, pues este se caracteriza por la flexibilidad y la recursividad. En
otras palabras, en la escritura los procesos mentales actúan en cualquier
momento y orden, lo que posibilita la reformulación continua de la estructura y
del contenido, a medida que el escritor tiene algún problema. Por ejemplo,
cuando el autor presenta un problema con el párrafo recurre a los procesos de
escritura (planificar, redactar y examinar).
Estrategias de composición
Según diferentes estudios, un escritor competente dispone
de unos recursos o estrategias para la realización de un buen proceso de
composición. Sin ellas el escrito carecería, posiblemente, de adecuación,
de coherencia y de cohesión. Ellas ayudan a que el texto sea una unidad
temática, tenga un lenguaje adecuado para el destinario y una estructura
textual acorde con la finalidad que se busca. Siguiendo el modelo cognitivo,
Cassany (1993) acota que estas estrategias se agrupan en tres grandes
conjuntos: estrategias de composición, estrategias de apoyo y estrategias
de datos complementarios.
Las primeras son las básicas. Estas ayudan a la
generación de las ideas, a la estructuración del texto, a la modificación de la
estructura, a la comprobación de los planes y a la corrección del orden y
exposición de las ideas. En esta primera categoría encontramos “La conciencia
de los lectores”, “Planificar”, “Releer”, “Correcciones” y
“Recursividad”. Las segundas, las de apoyo, como su nombre lo indica “no hacen
parte del proceso de composición básico y esencial” (Cassany, 1993, p. 109).
Estas están para la solución de las deficiencias de conocimiento que pueden ser
gramaticales, textuales y de contenido. Entre las estrategias se mencionan: el
uso del código adquirido y de las reglas aprendidas, la consulta de una fuente
externa, el desarrollo y creación de ideas, la lectura de esquemas. En las
últimas, las complementarias, conciernen a las habilidades de comprensión
lectora, como la de esquematizar y de resumir, que ayudan a la producción de
textos, puesto que con ellas se comprende el orden del contenido de un
texto y se extraen ideas que alimentan el discurso de un autor. Con la
primera habilidad, la esquematización, se distinguen las distintas partes del
texto, las ideas importantes y las relaciones jerárquicas y causales. Con
la habilidad de resumir se reconocen y se sintetizan las ideas relevantes del
texto, se crean frases nuevas que contienen la información original.
Por Édgar Fabián Amaya Güiza
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