Para
hablar de la crónica es necesario
conocer su origen remoto. Ella viene del griego kronos,
tiempo. Y se conoció como tal porque relataba los sucesos que habían acontecido
a un individuo o a una comunidad, en el pasado o en el presente: sucesos
grandes y pequeños, baladíes y trascendentales. En un principio fue
desordenada, pero con el tiempo adquirió un orden y una afirmación de certeza
que la distinguía de la literatura y la religión.
Como lo asegura el cronista colombiano Daniel Samper
Pizano (2007), la civilización sumeria fue la primera en producir los
textos designados como crónicas, hacia el año 3000 y el 2000 a.C. La historia
narrada en ellas corresponde a la época final de su dominio. En esta
civilización surge el primer cronista hacia el 2400 a.C. Sin embargo, como
acota el mismo autor (2007), otros pueblos también escribieron su historia: en
La Biblia se recogen dos textos que aluden a las crónicas, Libros
de las Crónicas o Paralipómenos. En Grecia, la crónica del pueblo se
guardaba en el Marmor
Parium, nombre
otorgado pues se escribía en mármol. Ella contiene la historia de los más destacados
reyes atenienses. Algo
similar ocurrió en China, desde el siglo XVIII al siglo V a.C. Sus crónicas
abarcan distintos temas: genealogía de la realeza, fenómenos naturales, sucesos
sociales y militares, construcciones y observaciones agrícolas. De la misma
manera ocurrió en la nación eslava y en el Medioevo. Por tanto, la crónica fue
el relato utilizado por muchos pueblos, durante mucho tiempo, para registrar e
informar sobre su historia.
Ahora bien: tras el descubrimiento de América este género
es escogido para consignar las nuevas hazañas, y con ello nacen los llamados
cronistas de Indias, que en su mayoría eran misioneros y soldados. Durante la
época colonial, debido a la Real Cédula de 1931, donde se prohíbe la entrada de
las obras de caballería, cuyas historias son perniciosas, vanas y profanas para
los indios que se ocuparan en leerlas. Con esto, el cronista adquirió la
función de relatar, describir, descubrir, nombrar y moralizar. En tanto que la
crónica tuvo un gran auge, convirtiéndose, así, en “la única fuente de
informaciones para el estudio de sus pobladores autóctonos” (Zambrano, 1997, p.
VII).
Hasta la primera mitad del siglo XVII, la crónica mantiene su
matiz religioso y moralizante, que cambia con Juan Rodríguez Freire, el primer cronista
moderno del país “que se propone cumplir un papel de historiador” (Samper,
2007, p.30). Su libro El carnero es
considerado el padre de la crónica moderna y el primer asomo de ‘la crónica
roja periodística’. En sus narraciones, Freire cuenta historias: crimines
pasionales, chismes políticos, hazañas mayores, sucesos de la comunidad y
pequeñas miserias, sirviéndose de un lenguaje atractivo y de comentarios llenos
de picardía, humor e ironía que le dan un sentido crítico a la obra. Así mismo,
se observan ingredientes del periodismo moderno, tales como el detallismo, el
suspenso, el diálogo, las expectativas, la retención de datos, el testimonio
personal. Elementos que Daniel Samper Ospina menciona en su texto La
crónica en la historia de Colombia.
Por Édgar Fabián Amaya Güiza